Texto: Victoria Picatto - Ilustración: Mauro Ricci
La sensación de alivio fue infinita.
Por momentos pensé que había llegado para quedarse; pero
no, sus intenciones aún me son inciertas. Se presentó sin
avisar, de repente, provocando pánico con su aspecto
indescriptible.
Corrí, escapando de ese sonido atemorizante.
En el baño encontré mi refugio. Ya nada se escuchaba fuera
de esas cuatro paredes. Un vació enorme me atravesó. Él se
había apoderado de todo el lugar, de mi lugar. No podía
permitirlo. Junté coraje y salí a buscarlo.
Ya no se sentía su aletear persistente…
¿Qué podía hacer ahora?
Corrí todos los muebles, busqué debajo del sillón, en la
heladera, hasta revisé las paletas del ventilador.
NADA.
Era de noche, no podía dormir sabiendo que él aún estaba en
la casa. Apagué las luces suponiendo que saldría de su escondite.
NADA.
Ya rendida, descubrí que me acechaba desde el cuadro
egipcio, confundiéndose con el disco solar que tiene Hathor
en su cabeza.
Decidí acabar con él.
Tomé la escoba con una mano mientras sostenía el
insecticida en la otra. Le di, pero se escapó por el
pasillo. Me escondí nuevamente en el baño y desde allí me
defendí. Cayó rendido a mis pies y con una mirada
suplicante esperó su final sobre una baldosa del pasillo.
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